Es increíble las reacciones que una mujer puede recibir en cuanto levanta la voz o hace algo por las demás mujeres. En este caso, quiero compartir lo que acaba de sucederme.
En apoyo a la causa del
performance del sábado, (No más Acoso / Sabado 16 de Mayo, 16:00 hrs, Glorieta de Insurgentes) imprimí el volante y le saqué copias. Mi objetivo era repartirlo en el metrobús de regreso a casa. Entré a la estación de Durango, y sin problema alguno, empecé a repartir los volantes a las mujeres que me encontraba. Muchas de ellas, concentradas en la puerta que dice claramente “Exclusivamente Mujeres, Niños y Adultos de Tercera Edad”, ya que subirse en otra puerta implicaba por la hora tener que compartir espacio con los hombres, incómodas. Repartía y decía gracias con una sonrisa. Una vez en mi autobús, empecé a distribuir el volante a las mujeres. Algunas me decían “No gracias”, a ellas les explicaba brevemente de lo que se trataba, que era la invitación a quejarnos sobre no poder usar falda o escote o cualquier otra prenda en esta ciudad ya que siempre hay hombres que te acosan con la palabra y con la mirada, con el chiflidito, con el sonido de un beso asqueroso. Muchas de ellas, después de escucharme lo aceptaban, les brillaban los ojitos entendiendo perfectamente, como hermanando la situación por las que todas hemos pasado. Lo aceptaban, lo leían.
Bajé en una estación porque ese autobús venía muy vacío y me subí a otro. Éste estaba más lleno, y me fui de punta a fin a repartir el volante, predicando la explicación anterior en voz alta con una satisfacción increíble.
Era delicioso poder hablar del acoso callejero así enfrente de los hombres. El problema se hacía verbo.
Subió más gente, y entre ellos un hombre de mediana edad que en la sección de mujeres ya estaba sentándose cómodamente. Después de repartir más volantes, sentí que lo que estaba haciendo y lo que estaba viendo no correspondían, y le dije “¿Sabe que esta es sección de mujeres? Bueno, entonces ceda el asiento a una mujer”. Él me dijo “¿Te vas a sentar?”, y yo le dije que no, y entonces con un “Bueno” se quedó ahí sentadote. Y después abrió la boca para decir “Ahorita que se suba una mujer, le doy el asiento”, a lo que respondí “Pues quiero ver, voy a repartir esto y vuelvo para checar que ya no estás aquí sentado”. (Ya le hablaba de tú).
Fui de nuevo hasta el final del camión, y regresé para verlo plácidamente sentado en el mismo lugar. Y entonces no quise callarme, y le empecé a preguntar que si no entendía que ésa era la sección de mujeres… “Pues yo no veo donde diga que es para mujeres” – “¿Ah no? A ver chofer –estábamos hasta delante del metrobús- Dígale al señor que esta es sección de mujeres”, a lo que me contestó “
Pues sí le voy a decir, pero también voy a reportarte porque estás repartiendo publicidad y no puedes hacer eso”. El hombre sentado sonreía ya complacido. Yo, levantaba la voz con más coraje “Entonces si le vas a avisar al policía, también le vas a decir que baje a este señor que está sentado en la sección de mujeres”. El chofer tomaba ya el radio para reportar un 015 o algo así. Llegando en la siguiente estación, empezó a pitarle al policía con desesperación como si en verdad existiera ya una situación caótica. El policía se acercó, y escuché que el chofer sólo me estaba reportando a mí: me acusaba tal cual de estar repartiendo publicidad. Como si se tratara de un impulso contra la aburrición, el oficial saltó al autobús y me ordenó que me bajara. Yo me negué. “¿A ver tu publicidad?” Tampoco se la di. La tomó de otra señora, y me dijo que bajara. –“Pues entonces también baje al señor que no está respetando el lugar asignado para mujeres”. El señor se levantó y explicó que yo había sido muy prepotente y que no sabía nada de esas reglas. El policía, con muuuuucho respeto y amablemente, le pidió que se pasara atrás. Y con una frase que no he escuchado en meses de utilizar el Metrobús, dijo “Caballeros, por favor atrás”. El señor obedeció. El oficial ya se volteaba a verme, y me decía “Señorita bájese”. En todo este tiempo, ninguna mujer abrió la boca. Ninguna dijo, exclamó, me dio la razón, todas, calladas, supongo yo, con la inminente actitud aprendida de no tener problemas con la autoridad. Entré en shock y en profunda tristeza.
Bajé del Metrobús con el oficial, que ya me estaba pidiendo mi identificación. Yo me negué, y estaba buscando la salida. Total, pensaba yo, caminaba y me subía en la próxima para repartir volantes. El oficial insistía en que le diera mi credencial, y fue entonces que opté por suavizar mi voz y tomar una actitud buena-ondita. Le expliqué que yo no había hecho nada. Que mi “publicidad” era justo para impedir el maltrato a las mujeres, que se respetaran las reglas, lo que no hizo el señor sentado al que le habló con mucho respeto.
Por el contrario, el oficial no bajó la guardia, y corporalmente empezaba a amenazarme, y a acercarse. Su mirada era dura. Empezó a levantar la voz, a tomar su radio, todas, actitudes ceñudas e inquietantes.
Me solté a llorar. Mucho. La gente alrededor empezaba a voltear. Y fue cuando una supervisora de la empresa se acercó y me preguntó qué me pasaba y qué me estaba diciendo el oficial. Y entre muchos sollozos y palabras cortadas le empecé a explicar lo que había sucedido. Enseguida, ella volteó a ver al oficial con enfado, su mirada decía “Pinche cabrón”, y le dijo “acompáñame”. Luego se dirigió a mí y me dijo muy suave “¿Quieres acompañarme a la próxima estación porque aquí no hay luz y me cuentas qué pasó?”. Y nos subimos y el oficial se quedó pegado a nosotras, dizque hablando por radio. Una vez ahí, yo no podía dejar de llorar. Me entró “el sentimiento” –como le llaman. Obvio que muchas personas empezaron a voltear a vernos y a escuchar. Al principio, yo no podía hablar. Me ganaba la impotencia, el coraje, la amenaza. Hasta que por fin, le expliqué a la supervisora –y tal vez lo dije muy alto- que el oficial me había bajado por repartir unas invitaciones, que sus movimientos corporales eran rudos, que me había gritado, amenazado y pedido mi credencial cuando yo no había hecho nada. En síntesis, que me había tratado como un criminal, cuando en realidad el acoso, el manoseo, el robo en el Metrobús sigue sucediendo. Ahí explotó todo.
Una mujer que venía sentada me habló y me dijo “Yo soy del movimiento feminista, ¿quieres reportar al oficial? ¿En qué te ayudo? ¿Qué te hicieron?”. Ella ya estaba levantándose con libreta en mano y preguntándole a la supervisora qué iban a hacer. Otro señor que venía detrás con su hija, me habló también y dijo muy indignado “¿Por qué no lo reportas ante tal y tal? ¡Ya estamos cansados que los llamados policías nos traten mal cuando viven de nuestros impuestos!”. Otro señor se acercó, y empezó a decir lo mismo, que lo reportara, que me quejara. Dos mujeres a los lados empezaron a apoyar diciendo algo así que ya estaban hartas de esos malos tratos. El oficial trataba de defenderse, sin éxito. De pronto se generó una nube de enojo, de rebelión.
Bajamos la señora feminista, un señor que nos dijo más tarde que era abogado, la supervisora, yo y el oficial quien, ridículamente seguía jugueteando con su radio. Todos empezaron a preguntarle por su identificación, todos empezaron a reclamarle por qué me había tratado así. Todos. Enojados. Disgustados. Hartos. El oficial ya con sonrisita ante la frase del abogado “Puedes perder tu trabajo por este tipo de actitudes”, se disculpaba ya conmigo. Y yo, firme, le decía que me había tratado mal y como criminal.
Al final, la supervisora quedó en pasar el reporte. Al final, el oficial dijo que él era joven y que le gustaban este tipo de eventos como los que decía mi publicidad (¿?). Al final y ya mucho más tranquila, me subí con la feminista. Para mi sorpresa y cuando me dijo quién era, recordé que ella había organizado cinco años atrás un evento en el zócalo en el que participó
Dagger. Y entonces fuimos platicando bien en alto –las mujeres alrededor escuchaban con atención- sobre el performance, sobre el acoso callejero, sobre los escotes y las faldas. Ella me decía que en los setentas, sus primeras acciones de performance también fueron sobre el abuso sexual en el transporte, y que poco a poco esta inquietud se fue atenuando, hasta desaparecer por muchos años. Ahora ve con gusto que las voces se empiezan a levantar, que las mujeres se están quejando. Y que no hay nada mejor que recibir de pronto un volante como el mío donde queda claro que las mujeres no se están quedando calladas otra vez. Intercambiamos información. Ella traía un volante sobre la
VIII Semana Cultural de la Diversidad Sexual en donde se hablará de Pederastia, Discriminación, Pornografía, Femicidio, Teología, Globalización Sexual, entre otros.
Cuando nos despedimos, sus últimas palabras fueron “¡Sigue tu lucha!”, con el puño en alto. Me solté a llorar, pero no esta vez por sentirme débil e impotente ante la autoridad corrupta y el machismo del chofer, sino porque de alguna forma recibí un gesto, un abrazo, un cariño, una actitud materna, que para eso es lo que estamos las mujeres en el mundo, para apoyarnos y apapacharnos.
De esta experiencia, lanzo las siguientes preguntas y reflexiones:
¿Qué es exactamente lo que hace que las mujeres permanezcan calladas, en mi caso, cuando el oficial me ordenaba bajar del autobús, sabiendo que eran más civiles testigos, no dijeron nada?
¡Cuán profundas son las raíces de la educación paternalista que nos impiden como mujeres defendernos mutuamente!
Últimamente los hombres no hacen caso de las áreas del Metrobús, y ya son varias ocasiones que no nos hacen caso cuando les decimos que nos den nuestro lugar. Cada vez se hacen más pendejos y se quedan sentados. Esto nos está arrojando a la situación que pasa en el Metro, por ejemplo, donde de plano, no se respetan las áreas para las mujeres.
Hay tema para platicar. Y mucho material para hacer algo al respecto.